martes, 25 de noviembre de 2008

A seguro se lo llevaron... muerto.


Hay tareas domésticas que sencillamente no puedo hacer. No es que no quiera, no es cuestión de hacerme el estúpido. Es un tema de capacidades. Veo al mundo como una caja de herramientas, donde hay un elemento especialmente diseñado para cada práctica.
A ver, una pico de loro puede usarse para ajustar el manubrio de una bicicleta, pero está claro que con una llave inglesa tardaríamos mucho menos.
Y quien no lo crea, que lo intente.
Planchar: Puedo estar horas intentándolo, puedo mirar como un mono en un partido de tejo cómo otro lo hace; pero definitivamente no me sale una camisa completamente lisa.
Siempre me queda una arruga, y eso que me compré el mejor apresto, la mejor plancha, la tabla perfecta.
Por tanto podría decirse “A lo que no puedas entrarle por delante, al menos evítalo por atrás”.
Bajo este lema contraté a Alejandra, la chica que trabaja en casa, y que hace todas esas cosas por mí.
Mamá es una alarmista. Nació para ser telefonista de un cuartel de bomberos o para contar historias de miedo en un jardín de infantes.
Le gusta asustar, porque le da cierta autoridad. Si no hacer las cosas a su manera significaría un problema, entonces solo ella puede evitar una verdadera tragedia. Y con esto me refiero a sacar una mancha de helado de una zapatilla, tanto como a guardar el dinero después de una crisis financiera.
Yo no le creo nada, pero por las dudas siempre hago lo que dice. Al fin y al cabo, mal no le fue.
Llega Alejandra a trabajar en su primer día y la primera tarea es una de esas que no puedo ni empezar: El piso y la cera.
Entonces marco el botón que dice “mamá”, siempre primero en la memoria del teléfono.

Mamá: ¿Hola?

Diego: ¿Ma?

Mamá: Hola, Die ¿Qué pasó?

Diego: No pasó nada ¿por?

Mamá: No, porque llamaste. Pensé que pasó algo.

Diego: No, te llamaba para hacerte una preguntita. ¿Cómo es la historia esta de encerar el piso?

Mamá: Ahhh, hoy empieza la chica ¿no? Bien que me preguntaste. Mirá que te lo llega a hacer mal y se te arruina. No sale más, eh.

Diego: Por eso te llamo.

Mamá: ¿Querés que lo vaya a hacer yo?

Diego: Obiamente que no, mamá. Esta mujer cobra un sueldo.

Mamá: Anotá. Comprás Virutol La Estrella. Tiene que ser esa marca, otra no. Con un trapo de algodón tiene que sacar la cera vieja. Y ahí le ponés cera marca “Suiza” para pisos oscuros. Mirá que si no es esa marca se te mancha todo el piso. ¿Querés que se lo explique a ella?

Diego: No, ma. Yo se lo digo.

Mamá: ¿Se lo vas a decir bien? No te olvides de nada.

Diego: Si, si. Yo le digo todo.

Mamá: Me parece que mejor voy yo.

Diego: No, Ma. Dejá. Yo puedo.

Mamá: Bueno entonces pasámela que le explico, así me quedo tranquila.

Diego: Bueh, como quieras.

Le paso el teléfono a Alejandra y sólo escucho la mitad.

Alejandra: Hola señora… Si… si… La Estrella, entiendo… Si, de algodón… si, perfectamente señora. No, no hace falta… si, segura que puedo. No, no se preocupe... si, señora, segura… cómo no. Hasta luego.

Diego: ¿Entendido?

Alejandra: Si, no hay problema.

Diego: ¿Segura? Mirá que si no se mancha el piso…

Alejandra: Andá tranquilo.


Me voy al trabajo y cuando vuelvo, el piso rechina de limpio, casi puedo verme reflejado en el parqué. Es evidente que la Glo-Cot o cualquiera de esas porquerías no hubieran logrado la mitad de lo que pudo la “Suiza”.
Suena el teléfono y es mamá de nuevo.

Mamá: ¿Te gustó como quedó el piso?

Diego: Si, ma. Perfecto, gracias.

Mamá: No sabés todo lo que tuvimos que laburar.

Diego: ¿Tuvimos?

Mamá: Si, no la iba a dejar sola.

Diego: Pero mamá… te dije que no vinieras.

Mamá: Si, si. Pero ¿sabés lo que pasa? La primera vez tiene que ver cómo se hace. Si no después te lo mancha y chau.

Diego: Mamá, no tiene sentido que hayas venido a romperte la espalda cuando yo le pago a esta chica para que venga.

Mamá: Bueno, ya está hecho. Te cambio de tema… Mirá… no es que te haya revisado, ni nada. Pero estaba buscando algodón y en tu botiquín encontré dos pastillas de Alplax. Hijo, no es bueno que tomes eso.

Diego: Mamá, no entiendo por qué revisás mis cosas.

Mamá: Yo no revisé, te juro que buscaba el algodón.

Diego: Vos no tenías nada que hacer ahí. Habíamos quedado que no ibas.

Mamá: Pero no fue a propósito, el Alplax es peligroso.

Diego: Mamá, yo sé lo qué es el Alplax. Y te aclaro dos cosas. Primero que me lo recomendó un médico porque estaba teniendo problemas para dormir. Segundo que por si no te diste cuenta había un recorte de solo dos pastillas y encima solo faltaba un cuarto.

Mamá: ¿Estás seguro que no estás tomando Alplax?

Diego: Si, estoy seguro.

Mamá: Mirá que hace mal, eh.

Diego: Mamá…


lunes, 3 de noviembre de 2008

Me cansé de verte cansado.



Mamá cree en todo. Por las dudas, nomás.
La ví leer el horóscopo, apoyar la sal sobre la mesa para no pasarla de mano en mano, besar la mezuzá cuando sale de casa, hacer un curso de reiki y otro de control mental.
También cree en Cormillot, se toca una teta cuando no quiere que pase algo malo, juega al burako con una manito brasilera escondida, me mandó más de mil veces a curar el mal de ojo y no cuenta las cosas para que no se quemen. Te tira el cuerito, te mira a los ojos cuando brinda, cree en las maldiciones de los powerpoints y judía como es, tiene una estampita de San Expedito en el local.
"Todo lo que no te mata, te fortalece", parece decir desde la explanada de su fortaleza a prueba de maleficios.
Y lo mejor es que está orgullosa. Porque está protegida contra todo tipo de maleficio, porque es una especie de anticristo de la mala suerte.
Yo, por el contrario, no creo en nada. Tengo un estilo más yanqui, si se quiere.
Los americanos tienen una vaca enfrente, pueden estar viéndola con sus propios ojos, pero si en los papeles dice que es hormiga, es hormiga.
Si la escalera está cerrada, yo la abro para pasar por debajo. Por eso, cuando quiero que las cosas salgan de una u otra forma, le pido a mamá que rece por mí.
Porque ese tipo de pelotudeces no son para un escéptico como yo.
Domingo a la tarde y suena el teléfono.

Mamá: Hola, Diegui.

Diego: Hola, ma.

Mamá: ¿Dormías?

Diego: No, estaba haciendo fiaca.

Mamá: ¿Fiaca? ¿Viste el día que hay?

Diego: Si, lo ví. Está lindo.

Mamá: ¿Y no pensás salir?

Diego: No, me voy a quedar descansando.

Mamá: ¿Descansando?

Diego: Si, descansando ¿Cuál es el problema?

Mamá: Sabés que me recomendaron una "bio-energista".

Diego: ¿Una qué?

Mamá: Una bio-energista. Trabaja con las energías. Tenía pensado llevarla a Lorena.

Diego: Mamá, son farsantes. Te sacan la plata. Te hacen creer que estás mejor, y por pura sugestión, te sentís mejor.

Mamá: ¿Sí? Cómo se nota que no entendés nada de esto. Raquel tiene una amiga, que tenía un cáncer muy avanzado. Yo no te puedo explicar cómo la estaba dejando la quimioterapia, terrible. Fue de esta mujer y después de la primera consulta le dijo "Vos te vas a curar" Mañana mismo hacete de vuelta los análisis. Cuando se los hizo, le dieron perfectos.

Diego: Pero eso no es una bio-energista, eso es Jesucristo.

Mamá: No seas boludo. A tu hermana le va a venir bárbaro, vas a ver.

Diego: Bueno, hagan lo que quieran.

Mamá: Lo que quiero es que vengas vos también.

Diego: ¿Por qué? ¿Yo que hice?

Mamá: No hiciste nada. Quiero que vengas porque siempre estás cansado.

Diego: ¿Cansado yo?

Mamá: Si ¿No me dijiste que te querías quedar a descansar en un domingo con tremendo sol?

Diego: Si, porque en la semana laburo hasta las once de la noche, hago deporte cuatro veces a la semana, y encima salgo más de dos o tres veces por semana. Me parece que si el domingo me quiero quedar a dormir un rato, me lo merezco.

Mamá: Bueno, como quieras. Pero sos vos el que siempre dice que está cansado.

Diego: No, lo que yo siempre digo es que USTEDES están siempre cansados.

Mamá: Yo tenía entendido otra cosa.

Diego: No, es lo que digo siempre. Comen temprano y se van a dormir temprano.

Mamá: ¿Entonces no estás cansado?

Diego: No.

Mamá: ¿Y entonces para qué te voy a llevar de una bio-energista?

Diego: Lo mismo me pregunto yo.

Mamá: Bueno, la llevo a tu hermana sola.

Diego: Dale.

Mamá: Pero un poco de Reiki te vendría genial.

lunes, 20 de octubre de 2008

El regalo prometido

Si las madres, en general, disfrutan el hecho de que sus hijos se tomen un día en el año para homenajearlas, las progenitoras judías encuentran en el día de la madre, la excusa perfecta para trabajar como condenadas.
Porque la escencia de ser madre judía es lo que se festeja, y quejarse, sufrir como más de quinientas décadas de antepasados, es la orden del día.
Y mientras tanto, los hijos también sufren; porque comprar un regalo que a mamá le convenza, es una especie de prueba. Es la evidencia del cariño, es demostrar cuánto la conocemos.
Los regalos son una incomodidad por definición, se rigen a través de la falsedad.
No conozco a nadie que diga "Excelente, este sábado tengo que dejar de ir a jugar al tenis para comprarle el regalo a Carlitos". Por otro lado, la persona que lo recibe, tiene prohibido poner cara de ojete. Si no le gusta, igualmente tiene que decir "Hermoso, justo lo que quería". Y si quisiera cambiarlo, solamente para que el espantoso adefesio que acaba de recibir no le dañe las retinas de aquí en más, deberá decir algo como "¿Se podrá cambiar por talle?", únicamente para no herir los sentimientos del obsequiante.
Paradójico, teniendo en cuenta que si le preguntáramos a todas las personas que dan regalos, el 99,9% de ellas contestarían que prefieren que el homenajeado les diga la verdad, pero que igualmente les molestaría o los pondría incómodos que a quién lo recibe no le guste el presente.
Me acuerdo que mis abuelos viajaban mucho, y siempre traían regalos para todos los nietos. Y si bien tenían una hermosa intención, tenían un gusto de mierda.
Los souvenirs de los viejos se amontonaban en lo más profundo de la zona más recóndita en el último culo del peor placard. Y eso no le servía a nadie.
Me imagino la tristeza que les generó que sus seis nietos les pidieran que cuando viajaran les trajeran como regalo remeras lisas.
Un lujo: viajar más de once mil kilómetros hasta Budapest para traer un remera que se puede comprar en el Hering de Flores.
De todas maneras, a mamá nunca le importó demostrar su inconformidad. Ella cambiaba todo lo que le regalábamos.
Al principio, frustraba, pero lo aceptábamos porque lo importante era que se quedara con algo que use. Con el tiempo, empezó a comprarse sus propios regalos y nosotros nos enterábamos en qué consistía, una vez que rompía el paquete.
La siguiente conversación tiene lugar un par de meses antes del día de la madre:

Mamá: Se viene el día de la madre.

Diego: ¿Te vas a ir a comprar tu regalo?

Mamá: No, este año no. Lo voy a dejar a cargo tuyo.

Diego: Buenísimo. ¿Qué tengo que comprar?

Mamá: No tenés que comprar nada.

Diego: Mamá, hace más de 15 años que no uso Crealina, por favor no me hagas volver ahora.

Mamá: No tenés que hacer nada.

Diego: Bueno, si... el verso del abrazo y el beso...

Mamá: No, tampoco. Este año quiero que me regales una novia.

Diego: ¿No te parece un poco tarde para empezar con el lesbianismo?

Mamá: Mirá que sos ordinario. Quiero que traigas una novia, Diego.

Diego: ¿Y de dónde querés que la saque?

Mamá: Dale, ¿te creés que soy idiota yo? Ya sé que no me entero de un montón de cosas.

Diego: No tengo novia, mamá.

Mamá: Bueno, entonces conseguila. Hacé como tu hermana, que se metió en la web de la cole y se terminó casando con tu cuñado.

Diego: ¿De la cole? ¿Vos te pensás que yo voy a elegir una mujer por si es judía o no?

Mamá: Son tus raíces. ¿O te vas a parar en la puerta de una iglesia a esperar a que salga alguna?

Diego: Estaría usando el mismo criterio.

Mamá: Lo que quiero decir es que no tenés voluntad. Hay muchos lugares para conseguir novia, pero vos no hacés nada. Salís con tus amigos, que son todos varones.

Diego: ¿Pero quién te dijo que yo quiero tener novia?

Mamá: Diego, la vida es corta. ¿Vas a esperar a tener cuarenta años? Después vas a tardar no sé cuantos más hasta que empiecen a convivir y, cuando quieras tener un hijo va a ser tarde. Después de cierta edad, hay riesgo de que nazca mogólico.

Diego: Estás hablando de tu sueño, no del mío. No me tienta para nada tener que cambiar pañales en este momento.

Mamá: Los cambiará tu mujer, no sé... ya verás. Lo importante es empezar con tener a alguien.

Diego: Lo que no creo es que tenga que conseguir una novia solamente para conformarte a vos.

Mamá: No es por mí. Es por vos. Ya me lo vas a agradecer.

Diego: Pero estábamos hablando de tu regalo...

Mamá: Ah, el regalo... bueno, con un alajerito de Magneto me dejás chocha.

martes, 23 de septiembre de 2008

La familia de la familia


¿En qué lugar de la anatomía humana se encuentra la inocencia?
En el prepucio.
Una vez que te lo cortan, la culpa te persigue.
Paren la oreja, científicos del mundo, porque hay aquí un verdadero descubrimiento; un dato estadísticamente infalible.
Como en toda estructura piramidal (una familia judía lo es, sin duda) quien está en la cima, otorga sus rasgos fundamentales hacia todo lo que lo sostiene.
El esquema matricentrista obliga a sus componentes a contraer una cierta dosis de culpa a cada paso. Imposible excluírse de esta regla.
De manera que también en mi familia, todos intentan generar cierta culpa, como para exhonerarse de la que sienten. Entonces el círculo es infinito, espiralado, cíclico.
Quizás lo que estoy a punto de relatar no tenga tanto que ver con mi madre como con el resto de mi familia, pero igualmente sirve porque, como ya se dijo, responde al sistema donde una madre es el centro del mundo.

Llega Pesaj, la pascua, y comienzo a sentirme conectado a mis antepasados. No porque las fiestas alimenten mi fanatismo religioso, sino porque quiero escaparme de las cenas familiares, tanto como los judíos de Egipto.
Últimamente tengo la sensación de que a nadie le importa que yo esté ahí, que al principio siempre detona una discusión acerca de mis ganas de no ir y de mi deber de estar en ese lugar.

Como si todo esto fuera poco, cada vez conozco a menos gente.
Mamá me aclara

Mamá: Mirá que en vamos a pasar Pesaj en la casa de los tíos de Darío.

Mi cuñado no pasaba su mejor momento por causa del fallecimiento de su abuela. Una mujer fantástica que lo había criado y había llegado impecable a pasar los noventa años. Decidió que no quería pasar las fiestas con mi familia.

Ya comenzaba a sentirme oprimido, a cargar pesados bloques de material para construír una colosal pirámide al faraón del protocolo.

Entonces decidí que ese año no iba a pasar por el constante suplicio de verme aburrido en una mesa, rodeado de un montón de gente que no me conoce y por eso no se toma la molestia de hablarme de algo que me interese.

"Yahveh dijo a Moisés: «Preséntate a Faraón y dile: Así dice Yahveh, el Dios de los hebreos: Deja salir a mi pueblo para que me den culto."

Diego: ¿Y yo qué tengo que ver con los tíos de Darío?

Mamá: Darío es tu familia, Diego.

Diego: Darío sí, pero su familia no.

Mamá: Bueno, pero esta vez, tu familia la va a pasar con la de él.


"Y así lo hizo Moisés, que se paró enfrente del monarca y dijo: Deja salir a mi pueblo".

Diego: No, ma. Este año no voy.

Mamá: ¿Qué querés decir con que no vas?

Diego: No, no voy. No tengo ganas de ir a una reunión con cuarenta personas a las que no conozco.


"El faraón se negó a dejar salir a los hebreos".

Mamá: Pero Darío es tu cuñado. Y sabés que está muy mal.

"Entonces Yaveh dejó morir el ganado de los egipcios"

Diego: Lo lamento, ma. No voy a cambiar de parecer. Siempre pasa lo mismo. Al principio quieren que vaya y cuando estamos allá ni nos hablamos. Ustedes comentan boludeces con los viejos y yo me cago de embole.

Mamá: ¿No vas a ir entonces?

Diego: No, no hay chance. No insistas.

Mamá: Muy bien. Acordate de esto, eh.

Diego: Con gusto.



Al rato suena el teléfono: es mi hermana.

Lorena: Vos sabés que Darío está mal ¿no?

Diego: Si, por lo de su abuela.

Lorena: ¿Cómo vas a decir que no querés venir a festejar Pesaj a la casa de los tíos?


"Entonces Moisés repitió: Deja salir a mi pueblo"

Diego: No tengo ganas, Lore. De verdad. Igual agradezco mucho la invitación.

Lorena: No puedo creer que seas tan egoísta.

Diego: ¿Egoísta yo? Quieren que vaya a embolarme a una cena y ni pelota me van a dar.

Lorena: No te cuesta nada.

Diego: Si, la paso espantoso. Claro que me cuesta.

Lorena: A ver... ¿y qué vas a hacer si no venís?

Diego: Es sábado. Me voy a quedar en casa en calzones mirando una comedia y tirándome sushi encima de la panza. Un programón.

Lorena: ¿Ves que pensás solo en vos?

Diego: ¿Y ustedes en quién piensan? Ni siquiera llamó Darío para esto. Me parece que es más una historia de ustedes que de él.


"Pero el faraón se negó otra vez" y sonó nuevamente el teléfono.

Papá: ¿Cómo es eso de que no vas a ir a la cena de Pesaj?

"Entonces Moisés volvió a pedir: Libera a mi pueblo".

Diego: No, me voy a quedar en casa.

Papá: Pero vos sabés que Darío está mal.

Diego: Si, pero no creo que le moleste que yo no vaya. Si me lo hubiera pedido él, todavía.

Papá: Él te necesita.

Diego: No me necesita. Va a tener a todos sus primos y tíos.

Papá: No es lo mismo, te necesita a vos.

Diego: No me va a dar ni pelota.


"Pero el faraón se negó otra vez y no sólo eso, sino que llamó a Bill Gates, que es más poderoso que Dios y le dijo que llamara personalmente para convencerme".

Darío: ¿Hola Die?

Diego: Hola, Dar.

Darío: Che... me dijo Lore que no querés venir a la cena.

Diego: No, Dar... la verdad que no tengo ganas.

Darío: Pero viste que justo yo no estoy en un buen momento.

Diego: Si, lo sé. Me parece que podemos juntarnos a tomar un café y charlar durante horas. Tu relación conmigo no pasa por una cena familiar. No es necesario que vaya justamente hoy.

Darío: Pero no te pido que lo hagas por vos, es por mí.

Diego: Cuando vos estás cansado o no tenés ganas de venir, no lo hacés ni por mí, ni por Lorena, ni por nadie.

Darío: Si, pero bueno... yo te necesito. Necesito estar acompañado.


"Entonces Bill Gates le dió a Dios un sistema operativo y a Yahvé se le colgó el Windows".

Tuve el impulso de decirle "A Darío no le molesta", pero efectivamente estaba hablando con Darío; y me demostró que sí le molestaba.
Fuí a la cena de Pesaj y pasó lo que esperaba: Estuve durante dos horas y media mirando mi plato y pensando en mis deseos de hacerme humo. Pensando en la libertad, en la culpa que nos hace cautivos y valorando como en ninguna otra Pascua, la hazaña de haber logrado la salida de Egipto hace más de cinco mil años.

Mi pascua judía esta vez fue pascua cristiana y en lugar de liberarme terminé crucificado, lleno de estigmas y traicionado por el Judás de la culpa.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Lo mío es peor


No soy de contar todo lo que me pasa. Y menos a mi familia. Y mucho menos cuando se trata de mujeres.
No es porque subestime el poder de análisis de mis parientes, sino porque ya sé que, sobre todo en mi madre, trae aparejado el juicio personal que, en general, difiere bastante del mío.
La verdad es el bien menos preciado cuando nos es hostil.
Lo peor que se le puede decir a un borracho en el medio de un papelón es "estás borracho", y no hay condena peor para una persona nerviosa que hacerle notar que está gritando.
De la misma forma, no me gusta que me digan que me equivoqué cuando ya lo asimilé. Si estoy mal, es porque evidentemente hice las cosas mal.
Por eso no soy de andar contando.
Mamá, de alguna manera, siempre reclama lo contrario: Quiere saber.
Yo, claro está, no voy con el cuento de la relación, hasta que la involucrada no deje, al menos, el cepillo de dientes en casa.
Hace algún tiempo, me sentía bastante afligido por una situación, acerca de una mujer que no me había tratado bien. Tampoco me iba bien en el trabajo. Era definitivamente una mala época.

Mamá: ¿Qué te pasa?

Diego: ¿A mí? Nada.

Mamá: ¿Y por qué tenés esa cara?

Diego: ¿Qué cara?

Mamá: Esa. La cara de elefante sin maníes.

Diego: Tengo la cara de siempre.

Mamá: Esa no es la cara de siempre. Algo te pasa.

Diego: Bueno sí. Es evidente. Algo me pasa. ¿Contenta?

Mamá: Bueno. Yo quiero saber.

Diego: Pero yo no quiero contar. Si no, ya lo hubiera hecho.

Mamá: Pero soy tu mamá. ¿No me podés contar lo que te pasa? Me parece que tengo derecho a saber.

Diego: Si te digo, te lo digo y se acaba el tema ¿Ok?

Mamá: Si, contame.

Diego: Dos cosas. Me fue muy mal con una chica y estoy muy mal en el trabajo.

Mamá: ¿Con una chica?

Diego: Sí ¿Qué te sorprende?

Mamá: Que desde Daniela no trajiste a ninguna. No sé... me parece raro.

Diego: Si... o no te enteraste.

Mamá: Bueno... idiota no soy... me imaginé.

Diego: Entonces sigo sin entender por qué te sorprendiste.

Mamá: Bueno, nada. Dejalo ahí. ¿Y qué pasó?

Diego: Quedamos en que no se hablaba más del tema.

Mamá: Pero me tirás la bomba y me dejás pensando. No es justo eso.

Diego: Pero es lo que quedamos.

Mamá: Dale, contame.

Diego: Nada... cosas que pasan. De verdad... no quiero hablar.

Mamá: Decime una cosa, nada más. ¿Era judía?

Diego: No, mamá. Ya te dije. Me importa tres pedos si cree en Dios, Alá o Astroboy.

Mamá: Por eso.

Diego: ¿Por eso qué?

Mamá: Nada, dejá. Igual yo te veo mal hace varias semanas.

Diego: Si, justamente por estos temas.

Mamá: ¿Pero es eso solo? ¿Por el trabajo y por una chica?

Diego: ¿Te parece poco?

Mamá: Pensé que era algo peor.

Diego: ¿Quedan muchos aspectos importantes en la vida, aparte del trabajo y el amor?

Mamá: Yo también tengo problemas en el trabajo y no tengo esa cara.

Diego: No tenés esa cara, pero estás todo el día puteando.

Mamá: Yo no estoy todo el día puteando... bueno capaz me quejo un poco... pero no es para menos.

Diego: Y aparte estamos hablando de mí, no de vos. Siempre decís que querés que consiga una "novia". Te preocupa más a vos que a mí y ahora me decís "no es tan grave".

Mamá: Pero no es nada que no se solucione.

Diego: Bueno, yo HOY no le encuentro solución.

Mamá: Problemas son los míos, Diego. Tengo a la abuela en un geriátrico ¿sabés? UN GERIÁTRICO.

Diego: ¿Y qué tiene?

Mamá: ¿Cómo qué tiene? ¿Te gustaría que te internen en un geriátrico?

Diego: Si la internaste es porque pensaste que estaba mejor.

Mamá: Si, pero bueno... sabés lo que es lidiar con la culpa.

Diego: Lo sé mejor que nadie.

Mamá: ¿Y mi trabajo? ¿Sabés lo que es laburar a mi edad hasta las ocho de la noche?

Diego: Yo trabajo hasta las ocho, y a veces hasta las doce, y a veces hasta la una, hasta las tres y hasta las cinco de la mañana.

Mamá: Por favor... no vas a comparar. Trabajás sentado en una computadora.

Diego: Pero termino frito.

Mamá: Ya vas a ver cuando cumplas cincuenta.

Diego: Ya voy a ver.


En ese momento se abre el silencio y los pensamientos se dejan caer bruscamente dentro de la falta de sonido. Se hace un vacío. Estoy cansado, derrotado, siento que no hay palabras que pueda utilizar de manera efectiva. Por un momento me olvidé de la tristeza, diez mil respuestas se atoran en la estrecha puerta de mi garganta y no pueden salir.
Tengo demasiadas cosas para decir y no sé cual elegir.
Finalmente opto por posar los brazos en la mesa y adosarles mi mentón encima.

Mamá: ¿Qué te pasa?

Diego: No sé en qué momento empezamos a hablar de vos.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Delivery materno


Como todas las cosas buenas, ir a comer a lo de mamá tiene su precio. Es como un restaurante de primer nivel: La comida es grandiosa, el servicio es excelente, el ambiente espectacular, y el incoveniente llega a la hora de retirarse.
En este caso, nada tiene que ver con el dinero, pero sí cuesta pasar por la puerta lo mas campante.
Aquí empieza una puja por el lugar donde la comida que sobró va a pasar la noche. Como si fuera un hijo indeseable, madre e hijo comienzan con el "tomala vos, dámela a mí".
Cada vez que termino de cenar con los viejos, pienso que voy a saludar con un beso y un abrazo y que me voy a ir a casa rápidamente a dormir. Siempre me equivoco. Son horas de estar esperando que mamá con su buena voluntad, termine de preparar el paquete.

Mamá: Die ¿No te querés llevar un poco de pollo?

Diego: No, ma. Gracias. Fui al supermercado ayer. Tengo de todo.

Mamá: Llevate un par de piezas y no tenés que comprar mañana en el trabajo.

Diego: Mmm... no, te agradezco... la verdad que prefiero comer con los chicos.

Mamá: Y llevate y te lo guardás en el freezer.

Diego: Lo tengo lleno el freezer. No puedo meter más nada.

Mamá: A ver... ¿qué tenés en el freezer?.

Diego: Qué se yo, ma... patys, salchichas, patitas...

Mamá: Eso no es comida. Llevate pollo y comés sano.


Con el objetivo de terminar de una vez por todas con la discusión, decido darle el ok. Pero sé perfectamente que la lucha no termina ahí.

Mamá: Bueno, esperame que te busco un tupper, porque todos los que tenía se los llevaron vos y tu hermana. En realidad, también le llevé comida a la abuela y algunos quedaron en el negocio...


Mamá sigue hablando. Y mientras demora. Ya pasaron como diez minutos y sigue poniendo cosas adentro de la bolsita: Servilletas, pan, unos cubiertos descartables, unos sobrecitos de aderezos afanados de un McDonalds...

Mamá: ... tenía uno de tapa amarilla que ustedes se llevaban a la colonia, que venía en un juego con unos vasos altos...

Diego: Ma. Me tengo que ir... Mañana me levanto muy temprano.

Mamá: Ya, ya... ya está. Son dos minutos. ¿Te pongo arrollado también?


Acá vamos de vuelta.

Diego: No, con esto está bien.

Mamá: Llevate... ¿qué voy a hacer yo con todo esto? Papá no come y yo estoy a dieta.

Diego: Es que tengo un montón de comida, de verdad.

Mamá: Llevate un pedacito... la mitad.

Diego: No, ma... se me va a terminar pudriendo tanta comida.

Mamá: Si la ponés en el freezer te dura un montón.

Diego: Te digo que no tengo lugar en el freezer.

Mamá: Bueno, te la llevás mañana al trabajo.

Diego: Mañana llevo pollo, ma. ¿Te acordás?

Mamá: Y comé pollo con arrollado. Igual que hoy.

Diego: No, ma. De verdad.

Mamá: Este pedacito. Mirá. No es nada.

Antes de que pueda responder, ya lo está poniendo en un paquete. Una bandejita de cartón, envuelto con film. Va hasta el cuarto, vuelve con un par de caramelos que ubica prolijamente al costado del arrollado, pero por afuera del film, para que no tomen olor.

Mamá: Ahí está. ¿Viste que no era tanto?

Diego: Van veinte minutos desde que dije "Me voy".

Mamá: No exageres. ¿No querés que te ponga una fruta de postre?

Todavía no entiendo como no la cotrataron del servicio de inteligencia japonés o israelí para que aplique sus métodos de persuasión. Probablemente, después de esta última oferta, consiga tenerme parado unos diez minutos más.
No hay nada que me reviente más que perder media hora de un día de semana a la noche, viendo cómo empaqueta la comida que le pedí por favor que no me diera.
En cualquier caso, cuando camino las tres cuadras hasta la parada, pienso en que de alguna forma también disfruto de ese momento. Porque ella y yo sabemos que en el fondo, lo único que queremos ganar en esa discusión, es un momento más entre madre e hijo.

jueves, 28 de agosto de 2008

El bando más fuerte.


Lo malo de ser hijo menor, es que la madre lleva más años de experiencia en su rol que nosotros en el de hijos. Por lo tanto sabe cómo manipularnos. Nos ha medido durante años, nos ha estudiado con meticulosidad, hemos sido conejillos de indias para sus propósitos más maternales. Por eso es que no hay lucha justa posible entre las partes.
Sábado a la mañana (de hace algún tiempo) y suena el teléfono.

Diego: ¿Hola?

Mamá: Hola, Diego.


Cuando una madre te llama por tu nombre, definitivamente está enojada. Y, por supuesto, no es de verdadera madre judía, dar a conocer las razones en una primera instancia. El hijo TIENE QUE DARSE CUENTA de que está enojada. Hay que hacérselo notar, tiene que saber que está sufriendo... y por su culpa.

Diego: Epa, ¿Qué pasó?

Mamá: ¿Qué pasó? ¿Por qué?

Diego: ¿Por qué estás enojada?

Mamá: ¿Quién te dijo que estoy enojada?


A pesar de que ya cumplió con su cometido, la clave es disimular. Es fundamental no ofrecer el más mínimo indicio de debilidad.

Diego: Cuando me decis Diego es porque estás enojada.

Mamá: Si, por supuesto que estoy enojada.

Diego: Contame por qué, por lo menos. Así hablamos el mismo idioma.

Mamá: Tu padre estuvo enfermo toda la semana y no fuiste capaz de llamarlo.

Diego: Tenía gripe, mamá... no exageres.

Mamá: Ok... yo exagero. Era gripe, pero podría haber sido algo peor.

Diego: Pero no fue.

Mamá: ¿Y cómo sabés? Si ni llamaste para averiguarlo...

Diego: No sé... tuve un presentimiento.

Mamá: Podrías ocuparte un poco de tu familia.

Diego: Ok, estuve a full, perdoname.

Mamá: Bueno, oime. Necesito que me hagas un favor.

Diego: ¿Qué necesitás?

Mamá: Papá no quiere quedarse en cama. Hoy se levantó y vino a trabajar. Aparte no quiere ir al médico. Llamé a la guardia y me dijeron que tienen como cinco horas de demora.

Diego: ¿Y yo qué querés que haga?

Mamá: Quiero que vengas a buscarlo y lo lleves al médico.

Diego: ¿Que yo lo lleve al médico? Dejate de joder, ma...

Mamá: No, dejate de joder no. Yo tengo mucho trabajo, no puedo estar ocupándome de papá.

Yo tampoco. Por eso tengo que buscar una excusa, y rápido. Es sábado a la mañana, me quedan un par de horas para dormir antes de irme a mi clase de yoga. Ella es inteligente, me genera la culpa antes de pedirme el favor. Tengo que ser igual de astuto, concientemente sagaz a la hora de la respuesta, frío y tajante, como una ráfaga de viento en un crudo invierno.

Diego: Es que tengo mi clase de yoga... pero no te preocupes... veo si la suspendo.

Culpa, culpa, culpa. Estrategia pura, una dosis de su propia droga. En ese momento me siento gigante, creo que puedo sostener el peso del mundo sobre mis espaldas. Reconozco inmediatamente mi trayectoria en el campo de batalla. Soy un coronel Kurtz curtido en la guerra, que ha aprendido más de esta que de sí mismo. Que sabe como desplazarse en la profundidad del contexto salvaje y hostil que lo amenaza, sin resultar vulnerado.

Mamá: ¿A qué hora tenés yoga?

Es astuta, no esperaba su reacción. Ella también ha tragado libros de tácticas de combate, es un rival digno. Por eso, le adelanto el horario, tengo clase a las trece horas.

Diego: Once y media.

Mamá: Perfecto. Son las diez. Te venís en subte que son veinte minutos, lo llevas a la clínica que está acá a la vuelta. Te sobra tiempo, y encima te volvés en subte. Yo te lo pago.

"Yo te lo pago". Un detalle de clase. Una manera de sobrarme sin decirme "Te cagué, pelotudo". Alcanzaba con el cálculo de los tiempos para que yo retirara a mis tropas. Pero ella quiso hacerme saber que había ganado la batalla con categoría, que era un rival de temer. "Yo te lo pago". Nada más humillante para alguien que ya no tiene escapatoria. Una manera elegante de decir "Y hasta si querés, te pago el servicio con los noventa centavos del transporte". Se lo había ganado, tenía que rendirme.

Diego: Ok, aguantá que salgo para allá.

Mamá: Por favor, Diegui.


Salí a buscar al viejo. Cuando llego al local, mamá está ocupada y papá supervisando la atención a los clientes. Se lo ve radiante, perfecto, ininmutable, con la salud de hierro. Yo estoy listo para soportar una artillería de berrinches para que no lo llevara hasta la clínica.

Diego: Hola, pa.

Papá: Hola, Die.

Diego: ¿Qué hacés acá? Vamos a la clínica.

Papá: ¿Para qué? Ya vino el médico.

Diego: ¿Cómo que ya vino el médico?

Papá: Si, recién se fue.

Diego: Vine para acompañarte.

Papá: Al pedo ¿No te avisó mamá que había llamado a la guardia?

Diego: Si, pero me dijo que iban a tardar como cinco horas.

Papá: Si, pero se adelantaron.

Voy hasta el mostrador. Mamá pone cara de sorprendida como si no esperara la visita.

Mamá: ¡Hola Die! ¿Cómo andás, mi amor?

Diego: Y... acá... ¿Por qué no me avisaste que ya había llegado el médico? Me ahorrabas la venida hasta acá.

Mamá: ¿La verdad? Se me pasó, estaba "a full".


Final del juego. Se lleva cartas, oros, la setenta, el siete de velos, diez escobas y se queda con mis territorios.
Una vez más, me voy derrotado. Pero no te preocupes, ma. Desde el corazón de mi laboratorio psicológico estoy absorbiendo experiencia, para que la próxima vez que me pidas otra huevada, yo esté listo para arrojar sobre tu cabeza, una bomba atómica de excusas inobjetables.

miércoles, 20 de agosto de 2008

El gallito telefónico.


Paso mucho tiempo en mi trabajo, de todas formas no me quejo. Al contrario, disfruto de lo que hago.
Sin embargo, no puedo evitar sentir que necesito los fines de semana para encontrarme con mi trasero a solas, para vivir un día como un animal salvaje en un contexto doméstico. Me gusta caminar por mi casa sin necesidad de llevar ropa interior, de ver películas y no sentir remordimiento por quedarme dormido en la mitad, de comer basura, de dormir en cualquier momento la cantidad de horas que tenga ganas. Porque me precio de ser un hombre soltero y lo llevo con orgullo.
De modo que las noches del viernes y del sábado cobran un significado fundamental en mi proyecto de fin de semana, y por transitividad, también lo hacen las mañanas siguientes.
Sistemáticamente el teléfono suena en casa entre las diez y las doce del día, tanto el sábado como el domingo.
No soy de la gente que vuelve a dormirse ligeramente después de una interrupción y por esa razón he tenido que aclararle a mis padres, más de una vez, que mis horarios son distintos a los de ellos; y pedirles encarecidamente que no me llamen en las mañanas de fin de semana.
La mañana del sábado pasado, tengo la lucidez de desconectar el teléfono y al ponerlo nuevamente en funcionamiento, encuentro tres mensajes.

Mensaje 1:

Mamá: Hola Die... Bueno... nada... llamaba para comentarte una pavada, pero se ve que estás durmiendo. No importa, te llamo más tarde.

Mensaje 2:

Mamá: Diegui, mamá de vuelta. Se ve que seguís durmiendo... que raro que no escuches el teléfono. Bueno, si podés llamame.

Mensaje 3:

Papá: Hola, Die. Tu mamá me pidió que te llame porque está preocupada. No sabe dónde estás. Fijate si nos pegás un llamado cuando vuelvas.


Comentarios aparte, decido dejar el llamado para después. No quiero sentir la obligación de hacer nada, dado que podría alterar mi conducta animal. De todas formas entiendo que el teléfono volverá a sonar antes de que me decida a acusar recibo del recado. Finalmente suena.

Diego: ¿Hola?

Mamá: ¡Die! ¡Qué bueno que te encuentro! Te estuve buscando.

Diego: Si, ya sé.

Mamá: ¿Escuchaste mis mensajes?

Diego: Si, por eso sé que me buscabas.

Mamá: ¿Y por qué no me devolviste el llamado?

Diego: Porque lo escuché hace unos minutos, te iba a llamar en un rato.

Mamá: Bueno, me preocupé ¿Dónde estabas?

Diego: Acá en casa.

Mamá: ¿Y por qué no atendiste?

Diego: Desconecté el teléfono, estaba durmiendo.

Mamá: Dieeegui... ¿Cómo vas a desconectar el teléfono? Con papá podemos llegar a necesitar algo.

Diego: Justo por eso lo desconecto.

Mamá: No seas malo. Me hacés preocupar al fadi.

Diego: No tenés de qué preocuparte. Hace años que vivo solo y me arreglo perfecto. Además, ponele que me fui de una chica.

Mamá: ¿De quién te fuiste? ¿Estás con alguien? Cuidate...

Diego: No, mamá... es un suponer. Digo que podría pasar.

Mamá: Ah, bueno... si te vas de una chica está bien.

Diego: Si, pero si te atendiera siempre, entonces sabrías cuando estoy con alguien.

Mamá: Bueno, pero al menos no me preocuparía.

Diego: Claro, pero ya estoy grande como para que mi mamá sepa cuando estoy y cuando no. Aparte quería dormir y ya te expliqué que si me llamás los fines de semana me despertás.

Mamá: ¡Pero si te llamé a las doce del mediodía! Si no, no te ubico nunca.

Diego: ¡Pero yo duermo a esa hora! me acuesto a las siete.

Mamá: Acostate más temprano, no hace bien acostarse tan tarde.

Diego: Mamá... hagámosla corta. ¿Qué querías?

Mamá: Mañana vamos a desayunar a las violetas con la abuela, con tu hermana y tu sobrina. Quería preguntarte si querés venir.

Diego: ¿Domingo a la mañana? ¿Estás loca? Ni en pedo.

Mamá: No me vas a decir que tenés algo que hacer un domingo a la mañana.

Diego: Si, dormir.

Mamá: Bueno, que descanses. Chau.

martes, 19 de agosto de 2008

El espacio vacío


A mamá le encanta ver departamentos.
Una de dos: O en otra vida debe haber sido agente inmobiliaria o la actividad de visitar propiedades le alimenta una especie de voyeurismo, como si viera Gran Hermano. El tema de meterse en casas de otros, de revisarles los muebles, los azulejos, etc; no solo le gusta, sino que lo hace muy bien. Ella siempre se da cuenta de esos detalles en los que yo en mi condenada vida, jamás me hubiera fijado. "Enfrente hay una casa muy vieja. En unos años la tiran abajo, construyen una torre y te saca la luz". "El edificio tiene más de cuarenta años, se nota porque los azulejos de la cocina son amarillos, que es el color que se usaba en los sesenta".
Por eso me gusta ir con ella. Siento que voy con un ser todopoderoso, que es imbatible, siento que es Roger Federer. Entonces ella habla con los vendedores y yo asiento con la cabeza.
El problema es que de tan buen ojo que tiene, le encuentra un defecto a cada departamento.

Mamá: ¿Qué te parece?

Diego: Yo lo veo bien ¿Vos que opinás?

Mamá: Yo creo que por la misma guita podés conseguir un ambiente más.

Diego: Si, pero de menos metros. Prefiero dos ambientes grandes a tres chicos.

Mamá: No, mi amor... no entendés de propiedades. ¿Sabés cuantas veces me mudé?

Diego: ¿Y entonces para qué me preguntás?

Mamá: Porque en definitiva el que va a vivir ahí sos vos.

Diego: Ok, entonces yo prefiero dos ambientes grandes.

Mamá: Pero tres ambientes lo vendés mejor.

Diego: ¿Todavía no lo compré y ya tengo que pensar en venderlo?

Mamá: Tenés que pensar en el futuro.

Diego: En el futuro quiero tener lugar para poner un buen equipo de audio que me rompa los oidos cada vez que veo una película de tiros.

Mamá: Te estoy hablando de tu familia, Diego.

Diego: ¿Qué familia? Yo soy solo.

Mamá: Si, pero el día de mañana vas a querer tener hijos.

Diego: Pero para eso falta mucho, yo no quiero tener hijos todavía.

Mamá: Vas a cambiar de parecer... mañana te conseguís una novia y quién sabe...

Diego: No quiero novia por ahora, estuve seis años en pareja.

Mamá: Si, y te veíamos mucho mejor.

Diego: Yo me siento mejor ahora.

Mamá: Dale, Diego... NADIE está bien solo.

Diego: Yo sí. No quiero que nadie me pregunte por qué como hamburguesas varias veces a la semana, ni por qué miro la misma película un millón de veces.

Mamá: ¿Estás comiendo mal?

Diego: Sabés que no. No cambies de tema.

Mamá: Ok. ¿Entonces?

Diego: ¿Entonces qué?

Mamá: ¿Cuándo vas a traer una novia?

Diego: ¿Qué se yo? Dentro de mucho... Además ahora querés que tenga novia... a Daniela no la bancabas.

Mamá: ¿¿¿A Daniela??? Yo la adoraba, la quería como una hija.

Diego: ¿Qué decís? Te la pasabas criticándola.

Ahí se le transforma la cara. Se le tensa el semblante y se le viene toda la hipocondria encima. Se coloca la mano abierta sobre el pecho e infla grandes los pulmones para concluir en un armónico reclamo agudo.

Mamá: ¿Cómo? No me digas eso... sos muy injusto.

Diego: ¿Injusto? Soy realista ¿Vos no decías que Daniela siempre llegaba tarde a cenar?

Mamá: Si, pero eso solo.

Diego: ¿No decías que usaba camisones demasiado cortos?

Mamá: Bueno... si

Diego: ¿No era que tenía un trabajo poco independiente y que no sentaba cabeza? ¿No la criticabas porque discutía por cualquier cosa? ¿No te hacía rabiar que hubiera dejado tres carreras? ¿No pensabas que metía excusas para no venir a las reuniones de nuestra familia? Es más, una vez te enojaste porque no quiso aprender a cocinar sfijas.

Mamá: ¿Sabés qué? Tenés razón, comprá dos ambientes grandes. La verdad que es una suerte que no te hayas casado con Daniela.

La cuota diaria


Llego tarde a casa y la campana del teléfono me recibe como un perro fiel, apenas cruzo la puerta.
No tengo ninguna duda acerca de la voz que estoy a punto de escuchar.

Diego: ¿Hola?

Mamá: ¿Diegui?

Diego: Ah, hola ma.



Bingo. Es evidente que estuvo llamando insistentemente desde la hora en la que debería haber llegado. Cualquiera se sentiría sofocado con una actitud como esta. En mi caso, me pasa todo lo contrario, porque me prepara.
Si está ansiosa, sé que tiene algo para recriminarme.

Mamá: ¿Recién llegás?

Diego: Si, recién... acabo de cruzar la puerta.

Mamá: ¿Alguna nove?

Diego: No, ma... todo igual que esta mañana.

Mamá: Che, Die... yo quería hablar con vos...

Diego: ¿Ahora?

Mamá: Si... ¿podés?


Ahí viene.

Diego: Decime.

Mamá: Tratá de llamar más seguido...


Es infalible. A veces pienso si el resultado es intuitivo o estadístico.
Creo que lo pienso solo para no desanimarme, porque la respuesta es evidente.

Diego: ¿Más? Hablamos una o dos veces por semana y nos vemos una por lo menos.

Mamá: Si, pero yo necesito más.

Diego: Si, te entiendo. Pero vos sabés que a veces se me pasa. No es mala onda, es que estoy con mil cosas. Igual insisto, no me parece poco.

Mamá: A mí sí.


Una madre judía tiende a sobredimensionar, está claro. Por eso, todo lo que nos pasa, a ella le pasa más intensamente.
Si a nosotros nos parece poco tiempo, para ella es una eternidad ¿Comprendido?
Una estrategia inteligente es negociar entre la realidad y SU realidad, como digamos... sacar un promedio.

Diego: Ok... a ver... tratemos de cerrar en un número de veces ¿Cuántas te vendrían bien?

Mamá: Si fuera por mí, todos los días.

Diego: Te propongo una cosa: Te llamo dos veces y te veo una vez por semana, igual que hasta ahora. Pero una de cada dos veces que te llamo, te digo "te quiero" ¿Te va?

Mamá: Mirá que sos amarrete.