martes, 23 de septiembre de 2008

La familia de la familia


¿En qué lugar de la anatomía humana se encuentra la inocencia?
En el prepucio.
Una vez que te lo cortan, la culpa te persigue.
Paren la oreja, científicos del mundo, porque hay aquí un verdadero descubrimiento; un dato estadísticamente infalible.
Como en toda estructura piramidal (una familia judía lo es, sin duda) quien está en la cima, otorga sus rasgos fundamentales hacia todo lo que lo sostiene.
El esquema matricentrista obliga a sus componentes a contraer una cierta dosis de culpa a cada paso. Imposible excluírse de esta regla.
De manera que también en mi familia, todos intentan generar cierta culpa, como para exhonerarse de la que sienten. Entonces el círculo es infinito, espiralado, cíclico.
Quizás lo que estoy a punto de relatar no tenga tanto que ver con mi madre como con el resto de mi familia, pero igualmente sirve porque, como ya se dijo, responde al sistema donde una madre es el centro del mundo.

Llega Pesaj, la pascua, y comienzo a sentirme conectado a mis antepasados. No porque las fiestas alimenten mi fanatismo religioso, sino porque quiero escaparme de las cenas familiares, tanto como los judíos de Egipto.
Últimamente tengo la sensación de que a nadie le importa que yo esté ahí, que al principio siempre detona una discusión acerca de mis ganas de no ir y de mi deber de estar en ese lugar.

Como si todo esto fuera poco, cada vez conozco a menos gente.
Mamá me aclara

Mamá: Mirá que en vamos a pasar Pesaj en la casa de los tíos de Darío.

Mi cuñado no pasaba su mejor momento por causa del fallecimiento de su abuela. Una mujer fantástica que lo había criado y había llegado impecable a pasar los noventa años. Decidió que no quería pasar las fiestas con mi familia.

Ya comenzaba a sentirme oprimido, a cargar pesados bloques de material para construír una colosal pirámide al faraón del protocolo.

Entonces decidí que ese año no iba a pasar por el constante suplicio de verme aburrido en una mesa, rodeado de un montón de gente que no me conoce y por eso no se toma la molestia de hablarme de algo que me interese.

"Yahveh dijo a Moisés: «Preséntate a Faraón y dile: Así dice Yahveh, el Dios de los hebreos: Deja salir a mi pueblo para que me den culto."

Diego: ¿Y yo qué tengo que ver con los tíos de Darío?

Mamá: Darío es tu familia, Diego.

Diego: Darío sí, pero su familia no.

Mamá: Bueno, pero esta vez, tu familia la va a pasar con la de él.


"Y así lo hizo Moisés, que se paró enfrente del monarca y dijo: Deja salir a mi pueblo".

Diego: No, ma. Este año no voy.

Mamá: ¿Qué querés decir con que no vas?

Diego: No, no voy. No tengo ganas de ir a una reunión con cuarenta personas a las que no conozco.


"El faraón se negó a dejar salir a los hebreos".

Mamá: Pero Darío es tu cuñado. Y sabés que está muy mal.

"Entonces Yaveh dejó morir el ganado de los egipcios"

Diego: Lo lamento, ma. No voy a cambiar de parecer. Siempre pasa lo mismo. Al principio quieren que vaya y cuando estamos allá ni nos hablamos. Ustedes comentan boludeces con los viejos y yo me cago de embole.

Mamá: ¿No vas a ir entonces?

Diego: No, no hay chance. No insistas.

Mamá: Muy bien. Acordate de esto, eh.

Diego: Con gusto.



Al rato suena el teléfono: es mi hermana.

Lorena: Vos sabés que Darío está mal ¿no?

Diego: Si, por lo de su abuela.

Lorena: ¿Cómo vas a decir que no querés venir a festejar Pesaj a la casa de los tíos?


"Entonces Moisés repitió: Deja salir a mi pueblo"

Diego: No tengo ganas, Lore. De verdad. Igual agradezco mucho la invitación.

Lorena: No puedo creer que seas tan egoísta.

Diego: ¿Egoísta yo? Quieren que vaya a embolarme a una cena y ni pelota me van a dar.

Lorena: No te cuesta nada.

Diego: Si, la paso espantoso. Claro que me cuesta.

Lorena: A ver... ¿y qué vas a hacer si no venís?

Diego: Es sábado. Me voy a quedar en casa en calzones mirando una comedia y tirándome sushi encima de la panza. Un programón.

Lorena: ¿Ves que pensás solo en vos?

Diego: ¿Y ustedes en quién piensan? Ni siquiera llamó Darío para esto. Me parece que es más una historia de ustedes que de él.


"Pero el faraón se negó otra vez" y sonó nuevamente el teléfono.

Papá: ¿Cómo es eso de que no vas a ir a la cena de Pesaj?

"Entonces Moisés volvió a pedir: Libera a mi pueblo".

Diego: No, me voy a quedar en casa.

Papá: Pero vos sabés que Darío está mal.

Diego: Si, pero no creo que le moleste que yo no vaya. Si me lo hubiera pedido él, todavía.

Papá: Él te necesita.

Diego: No me necesita. Va a tener a todos sus primos y tíos.

Papá: No es lo mismo, te necesita a vos.

Diego: No me va a dar ni pelota.


"Pero el faraón se negó otra vez y no sólo eso, sino que llamó a Bill Gates, que es más poderoso que Dios y le dijo que llamara personalmente para convencerme".

Darío: ¿Hola Die?

Diego: Hola, Dar.

Darío: Che... me dijo Lore que no querés venir a la cena.

Diego: No, Dar... la verdad que no tengo ganas.

Darío: Pero viste que justo yo no estoy en un buen momento.

Diego: Si, lo sé. Me parece que podemos juntarnos a tomar un café y charlar durante horas. Tu relación conmigo no pasa por una cena familiar. No es necesario que vaya justamente hoy.

Darío: Pero no te pido que lo hagas por vos, es por mí.

Diego: Cuando vos estás cansado o no tenés ganas de venir, no lo hacés ni por mí, ni por Lorena, ni por nadie.

Darío: Si, pero bueno... yo te necesito. Necesito estar acompañado.


"Entonces Bill Gates le dió a Dios un sistema operativo y a Yahvé se le colgó el Windows".

Tuve el impulso de decirle "A Darío no le molesta", pero efectivamente estaba hablando con Darío; y me demostró que sí le molestaba.
Fuí a la cena de Pesaj y pasó lo que esperaba: Estuve durante dos horas y media mirando mi plato y pensando en mis deseos de hacerme humo. Pensando en la libertad, en la culpa que nos hace cautivos y valorando como en ninguna otra Pascua, la hazaña de haber logrado la salida de Egipto hace más de cinco mil años.

Mi pascua judía esta vez fue pascua cristiana y en lugar de liberarme terminé crucificado, lleno de estigmas y traicionado por el Judás de la culpa.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Lo mío es peor


No soy de contar todo lo que me pasa. Y menos a mi familia. Y mucho menos cuando se trata de mujeres.
No es porque subestime el poder de análisis de mis parientes, sino porque ya sé que, sobre todo en mi madre, trae aparejado el juicio personal que, en general, difiere bastante del mío.
La verdad es el bien menos preciado cuando nos es hostil.
Lo peor que se le puede decir a un borracho en el medio de un papelón es "estás borracho", y no hay condena peor para una persona nerviosa que hacerle notar que está gritando.
De la misma forma, no me gusta que me digan que me equivoqué cuando ya lo asimilé. Si estoy mal, es porque evidentemente hice las cosas mal.
Por eso no soy de andar contando.
Mamá, de alguna manera, siempre reclama lo contrario: Quiere saber.
Yo, claro está, no voy con el cuento de la relación, hasta que la involucrada no deje, al menos, el cepillo de dientes en casa.
Hace algún tiempo, me sentía bastante afligido por una situación, acerca de una mujer que no me había tratado bien. Tampoco me iba bien en el trabajo. Era definitivamente una mala época.

Mamá: ¿Qué te pasa?

Diego: ¿A mí? Nada.

Mamá: ¿Y por qué tenés esa cara?

Diego: ¿Qué cara?

Mamá: Esa. La cara de elefante sin maníes.

Diego: Tengo la cara de siempre.

Mamá: Esa no es la cara de siempre. Algo te pasa.

Diego: Bueno sí. Es evidente. Algo me pasa. ¿Contenta?

Mamá: Bueno. Yo quiero saber.

Diego: Pero yo no quiero contar. Si no, ya lo hubiera hecho.

Mamá: Pero soy tu mamá. ¿No me podés contar lo que te pasa? Me parece que tengo derecho a saber.

Diego: Si te digo, te lo digo y se acaba el tema ¿Ok?

Mamá: Si, contame.

Diego: Dos cosas. Me fue muy mal con una chica y estoy muy mal en el trabajo.

Mamá: ¿Con una chica?

Diego: Sí ¿Qué te sorprende?

Mamá: Que desde Daniela no trajiste a ninguna. No sé... me parece raro.

Diego: Si... o no te enteraste.

Mamá: Bueno... idiota no soy... me imaginé.

Diego: Entonces sigo sin entender por qué te sorprendiste.

Mamá: Bueno, nada. Dejalo ahí. ¿Y qué pasó?

Diego: Quedamos en que no se hablaba más del tema.

Mamá: Pero me tirás la bomba y me dejás pensando. No es justo eso.

Diego: Pero es lo que quedamos.

Mamá: Dale, contame.

Diego: Nada... cosas que pasan. De verdad... no quiero hablar.

Mamá: Decime una cosa, nada más. ¿Era judía?

Diego: No, mamá. Ya te dije. Me importa tres pedos si cree en Dios, Alá o Astroboy.

Mamá: Por eso.

Diego: ¿Por eso qué?

Mamá: Nada, dejá. Igual yo te veo mal hace varias semanas.

Diego: Si, justamente por estos temas.

Mamá: ¿Pero es eso solo? ¿Por el trabajo y por una chica?

Diego: ¿Te parece poco?

Mamá: Pensé que era algo peor.

Diego: ¿Quedan muchos aspectos importantes en la vida, aparte del trabajo y el amor?

Mamá: Yo también tengo problemas en el trabajo y no tengo esa cara.

Diego: No tenés esa cara, pero estás todo el día puteando.

Mamá: Yo no estoy todo el día puteando... bueno capaz me quejo un poco... pero no es para menos.

Diego: Y aparte estamos hablando de mí, no de vos. Siempre decís que querés que consiga una "novia". Te preocupa más a vos que a mí y ahora me decís "no es tan grave".

Mamá: Pero no es nada que no se solucione.

Diego: Bueno, yo HOY no le encuentro solución.

Mamá: Problemas son los míos, Diego. Tengo a la abuela en un geriátrico ¿sabés? UN GERIÁTRICO.

Diego: ¿Y qué tiene?

Mamá: ¿Cómo qué tiene? ¿Te gustaría que te internen en un geriátrico?

Diego: Si la internaste es porque pensaste que estaba mejor.

Mamá: Si, pero bueno... sabés lo que es lidiar con la culpa.

Diego: Lo sé mejor que nadie.

Mamá: ¿Y mi trabajo? ¿Sabés lo que es laburar a mi edad hasta las ocho de la noche?

Diego: Yo trabajo hasta las ocho, y a veces hasta las doce, y a veces hasta la una, hasta las tres y hasta las cinco de la mañana.

Mamá: Por favor... no vas a comparar. Trabajás sentado en una computadora.

Diego: Pero termino frito.

Mamá: Ya vas a ver cuando cumplas cincuenta.

Diego: Ya voy a ver.


En ese momento se abre el silencio y los pensamientos se dejan caer bruscamente dentro de la falta de sonido. Se hace un vacío. Estoy cansado, derrotado, siento que no hay palabras que pueda utilizar de manera efectiva. Por un momento me olvidé de la tristeza, diez mil respuestas se atoran en la estrecha puerta de mi garganta y no pueden salir.
Tengo demasiadas cosas para decir y no sé cual elegir.
Finalmente opto por posar los brazos en la mesa y adosarles mi mentón encima.

Mamá: ¿Qué te pasa?

Diego: No sé en qué momento empezamos a hablar de vos.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Delivery materno


Como todas las cosas buenas, ir a comer a lo de mamá tiene su precio. Es como un restaurante de primer nivel: La comida es grandiosa, el servicio es excelente, el ambiente espectacular, y el incoveniente llega a la hora de retirarse.
En este caso, nada tiene que ver con el dinero, pero sí cuesta pasar por la puerta lo mas campante.
Aquí empieza una puja por el lugar donde la comida que sobró va a pasar la noche. Como si fuera un hijo indeseable, madre e hijo comienzan con el "tomala vos, dámela a mí".
Cada vez que termino de cenar con los viejos, pienso que voy a saludar con un beso y un abrazo y que me voy a ir a casa rápidamente a dormir. Siempre me equivoco. Son horas de estar esperando que mamá con su buena voluntad, termine de preparar el paquete.

Mamá: Die ¿No te querés llevar un poco de pollo?

Diego: No, ma. Gracias. Fui al supermercado ayer. Tengo de todo.

Mamá: Llevate un par de piezas y no tenés que comprar mañana en el trabajo.

Diego: Mmm... no, te agradezco... la verdad que prefiero comer con los chicos.

Mamá: Y llevate y te lo guardás en el freezer.

Diego: Lo tengo lleno el freezer. No puedo meter más nada.

Mamá: A ver... ¿qué tenés en el freezer?.

Diego: Qué se yo, ma... patys, salchichas, patitas...

Mamá: Eso no es comida. Llevate pollo y comés sano.


Con el objetivo de terminar de una vez por todas con la discusión, decido darle el ok. Pero sé perfectamente que la lucha no termina ahí.

Mamá: Bueno, esperame que te busco un tupper, porque todos los que tenía se los llevaron vos y tu hermana. En realidad, también le llevé comida a la abuela y algunos quedaron en el negocio...


Mamá sigue hablando. Y mientras demora. Ya pasaron como diez minutos y sigue poniendo cosas adentro de la bolsita: Servilletas, pan, unos cubiertos descartables, unos sobrecitos de aderezos afanados de un McDonalds...

Mamá: ... tenía uno de tapa amarilla que ustedes se llevaban a la colonia, que venía en un juego con unos vasos altos...

Diego: Ma. Me tengo que ir... Mañana me levanto muy temprano.

Mamá: Ya, ya... ya está. Son dos minutos. ¿Te pongo arrollado también?


Acá vamos de vuelta.

Diego: No, con esto está bien.

Mamá: Llevate... ¿qué voy a hacer yo con todo esto? Papá no come y yo estoy a dieta.

Diego: Es que tengo un montón de comida, de verdad.

Mamá: Llevate un pedacito... la mitad.

Diego: No, ma... se me va a terminar pudriendo tanta comida.

Mamá: Si la ponés en el freezer te dura un montón.

Diego: Te digo que no tengo lugar en el freezer.

Mamá: Bueno, te la llevás mañana al trabajo.

Diego: Mañana llevo pollo, ma. ¿Te acordás?

Mamá: Y comé pollo con arrollado. Igual que hoy.

Diego: No, ma. De verdad.

Mamá: Este pedacito. Mirá. No es nada.

Antes de que pueda responder, ya lo está poniendo en un paquete. Una bandejita de cartón, envuelto con film. Va hasta el cuarto, vuelve con un par de caramelos que ubica prolijamente al costado del arrollado, pero por afuera del film, para que no tomen olor.

Mamá: Ahí está. ¿Viste que no era tanto?

Diego: Van veinte minutos desde que dije "Me voy".

Mamá: No exageres. ¿No querés que te ponga una fruta de postre?

Todavía no entiendo como no la cotrataron del servicio de inteligencia japonés o israelí para que aplique sus métodos de persuasión. Probablemente, después de esta última oferta, consiga tenerme parado unos diez minutos más.
No hay nada que me reviente más que perder media hora de un día de semana a la noche, viendo cómo empaqueta la comida que le pedí por favor que no me diera.
En cualquier caso, cuando camino las tres cuadras hasta la parada, pienso en que de alguna forma también disfruto de ese momento. Porque ella y yo sabemos que en el fondo, lo único que queremos ganar en esa discusión, es un momento más entre madre e hijo.