jueves, 11 de septiembre de 2008

Lo mío es peor


No soy de contar todo lo que me pasa. Y menos a mi familia. Y mucho menos cuando se trata de mujeres.
No es porque subestime el poder de análisis de mis parientes, sino porque ya sé que, sobre todo en mi madre, trae aparejado el juicio personal que, en general, difiere bastante del mío.
La verdad es el bien menos preciado cuando nos es hostil.
Lo peor que se le puede decir a un borracho en el medio de un papelón es "estás borracho", y no hay condena peor para una persona nerviosa que hacerle notar que está gritando.
De la misma forma, no me gusta que me digan que me equivoqué cuando ya lo asimilé. Si estoy mal, es porque evidentemente hice las cosas mal.
Por eso no soy de andar contando.
Mamá, de alguna manera, siempre reclama lo contrario: Quiere saber.
Yo, claro está, no voy con el cuento de la relación, hasta que la involucrada no deje, al menos, el cepillo de dientes en casa.
Hace algún tiempo, me sentía bastante afligido por una situación, acerca de una mujer que no me había tratado bien. Tampoco me iba bien en el trabajo. Era definitivamente una mala época.

Mamá: ¿Qué te pasa?

Diego: ¿A mí? Nada.

Mamá: ¿Y por qué tenés esa cara?

Diego: ¿Qué cara?

Mamá: Esa. La cara de elefante sin maníes.

Diego: Tengo la cara de siempre.

Mamá: Esa no es la cara de siempre. Algo te pasa.

Diego: Bueno sí. Es evidente. Algo me pasa. ¿Contenta?

Mamá: Bueno. Yo quiero saber.

Diego: Pero yo no quiero contar. Si no, ya lo hubiera hecho.

Mamá: Pero soy tu mamá. ¿No me podés contar lo que te pasa? Me parece que tengo derecho a saber.

Diego: Si te digo, te lo digo y se acaba el tema ¿Ok?

Mamá: Si, contame.

Diego: Dos cosas. Me fue muy mal con una chica y estoy muy mal en el trabajo.

Mamá: ¿Con una chica?

Diego: Sí ¿Qué te sorprende?

Mamá: Que desde Daniela no trajiste a ninguna. No sé... me parece raro.

Diego: Si... o no te enteraste.

Mamá: Bueno... idiota no soy... me imaginé.

Diego: Entonces sigo sin entender por qué te sorprendiste.

Mamá: Bueno, nada. Dejalo ahí. ¿Y qué pasó?

Diego: Quedamos en que no se hablaba más del tema.

Mamá: Pero me tirás la bomba y me dejás pensando. No es justo eso.

Diego: Pero es lo que quedamos.

Mamá: Dale, contame.

Diego: Nada... cosas que pasan. De verdad... no quiero hablar.

Mamá: Decime una cosa, nada más. ¿Era judía?

Diego: No, mamá. Ya te dije. Me importa tres pedos si cree en Dios, Alá o Astroboy.

Mamá: Por eso.

Diego: ¿Por eso qué?

Mamá: Nada, dejá. Igual yo te veo mal hace varias semanas.

Diego: Si, justamente por estos temas.

Mamá: ¿Pero es eso solo? ¿Por el trabajo y por una chica?

Diego: ¿Te parece poco?

Mamá: Pensé que era algo peor.

Diego: ¿Quedan muchos aspectos importantes en la vida, aparte del trabajo y el amor?

Mamá: Yo también tengo problemas en el trabajo y no tengo esa cara.

Diego: No tenés esa cara, pero estás todo el día puteando.

Mamá: Yo no estoy todo el día puteando... bueno capaz me quejo un poco... pero no es para menos.

Diego: Y aparte estamos hablando de mí, no de vos. Siempre decís que querés que consiga una "novia". Te preocupa más a vos que a mí y ahora me decís "no es tan grave".

Mamá: Pero no es nada que no se solucione.

Diego: Bueno, yo HOY no le encuentro solución.

Mamá: Problemas son los míos, Diego. Tengo a la abuela en un geriátrico ¿sabés? UN GERIÁTRICO.

Diego: ¿Y qué tiene?

Mamá: ¿Cómo qué tiene? ¿Te gustaría que te internen en un geriátrico?

Diego: Si la internaste es porque pensaste que estaba mejor.

Mamá: Si, pero bueno... sabés lo que es lidiar con la culpa.

Diego: Lo sé mejor que nadie.

Mamá: ¿Y mi trabajo? ¿Sabés lo que es laburar a mi edad hasta las ocho de la noche?

Diego: Yo trabajo hasta las ocho, y a veces hasta las doce, y a veces hasta la una, hasta las tres y hasta las cinco de la mañana.

Mamá: Por favor... no vas a comparar. Trabajás sentado en una computadora.

Diego: Pero termino frito.

Mamá: Ya vas a ver cuando cumplas cincuenta.

Diego: Ya voy a ver.


En ese momento se abre el silencio y los pensamientos se dejan caer bruscamente dentro de la falta de sonido. Se hace un vacío. Estoy cansado, derrotado, siento que no hay palabras que pueda utilizar de manera efectiva. Por un momento me olvidé de la tristeza, diez mil respuestas se atoran en la estrecha puerta de mi garganta y no pueden salir.
Tengo demasiadas cosas para decir y no sé cual elegir.
Finalmente opto por posar los brazos en la mesa y adosarles mi mentón encima.

Mamá: ¿Qué te pasa?

Diego: No sé en qué momento empezamos a hablar de vos.

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