martes, 25 de noviembre de 2008

A seguro se lo llevaron... muerto.


Hay tareas domésticas que sencillamente no puedo hacer. No es que no quiera, no es cuestión de hacerme el estúpido. Es un tema de capacidades. Veo al mundo como una caja de herramientas, donde hay un elemento especialmente diseñado para cada práctica.
A ver, una pico de loro puede usarse para ajustar el manubrio de una bicicleta, pero está claro que con una llave inglesa tardaríamos mucho menos.
Y quien no lo crea, que lo intente.
Planchar: Puedo estar horas intentándolo, puedo mirar como un mono en un partido de tejo cómo otro lo hace; pero definitivamente no me sale una camisa completamente lisa.
Siempre me queda una arruga, y eso que me compré el mejor apresto, la mejor plancha, la tabla perfecta.
Por tanto podría decirse “A lo que no puedas entrarle por delante, al menos evítalo por atrás”.
Bajo este lema contraté a Alejandra, la chica que trabaja en casa, y que hace todas esas cosas por mí.
Mamá es una alarmista. Nació para ser telefonista de un cuartel de bomberos o para contar historias de miedo en un jardín de infantes.
Le gusta asustar, porque le da cierta autoridad. Si no hacer las cosas a su manera significaría un problema, entonces solo ella puede evitar una verdadera tragedia. Y con esto me refiero a sacar una mancha de helado de una zapatilla, tanto como a guardar el dinero después de una crisis financiera.
Yo no le creo nada, pero por las dudas siempre hago lo que dice. Al fin y al cabo, mal no le fue.
Llega Alejandra a trabajar en su primer día y la primera tarea es una de esas que no puedo ni empezar: El piso y la cera.
Entonces marco el botón que dice “mamá”, siempre primero en la memoria del teléfono.

Mamá: ¿Hola?

Diego: ¿Ma?

Mamá: Hola, Die ¿Qué pasó?

Diego: No pasó nada ¿por?

Mamá: No, porque llamaste. Pensé que pasó algo.

Diego: No, te llamaba para hacerte una preguntita. ¿Cómo es la historia esta de encerar el piso?

Mamá: Ahhh, hoy empieza la chica ¿no? Bien que me preguntaste. Mirá que te lo llega a hacer mal y se te arruina. No sale más, eh.

Diego: Por eso te llamo.

Mamá: ¿Querés que lo vaya a hacer yo?

Diego: Obiamente que no, mamá. Esta mujer cobra un sueldo.

Mamá: Anotá. Comprás Virutol La Estrella. Tiene que ser esa marca, otra no. Con un trapo de algodón tiene que sacar la cera vieja. Y ahí le ponés cera marca “Suiza” para pisos oscuros. Mirá que si no es esa marca se te mancha todo el piso. ¿Querés que se lo explique a ella?

Diego: No, ma. Yo se lo digo.

Mamá: ¿Se lo vas a decir bien? No te olvides de nada.

Diego: Si, si. Yo le digo todo.

Mamá: Me parece que mejor voy yo.

Diego: No, Ma. Dejá. Yo puedo.

Mamá: Bueno entonces pasámela que le explico, así me quedo tranquila.

Diego: Bueh, como quieras.

Le paso el teléfono a Alejandra y sólo escucho la mitad.

Alejandra: Hola señora… Si… si… La Estrella, entiendo… Si, de algodón… si, perfectamente señora. No, no hace falta… si, segura que puedo. No, no se preocupe... si, señora, segura… cómo no. Hasta luego.

Diego: ¿Entendido?

Alejandra: Si, no hay problema.

Diego: ¿Segura? Mirá que si no se mancha el piso…

Alejandra: Andá tranquilo.


Me voy al trabajo y cuando vuelvo, el piso rechina de limpio, casi puedo verme reflejado en el parqué. Es evidente que la Glo-Cot o cualquiera de esas porquerías no hubieran logrado la mitad de lo que pudo la “Suiza”.
Suena el teléfono y es mamá de nuevo.

Mamá: ¿Te gustó como quedó el piso?

Diego: Si, ma. Perfecto, gracias.

Mamá: No sabés todo lo que tuvimos que laburar.

Diego: ¿Tuvimos?

Mamá: Si, no la iba a dejar sola.

Diego: Pero mamá… te dije que no vinieras.

Mamá: Si, si. Pero ¿sabés lo que pasa? La primera vez tiene que ver cómo se hace. Si no después te lo mancha y chau.

Diego: Mamá, no tiene sentido que hayas venido a romperte la espalda cuando yo le pago a esta chica para que venga.

Mamá: Bueno, ya está hecho. Te cambio de tema… Mirá… no es que te haya revisado, ni nada. Pero estaba buscando algodón y en tu botiquín encontré dos pastillas de Alplax. Hijo, no es bueno que tomes eso.

Diego: Mamá, no entiendo por qué revisás mis cosas.

Mamá: Yo no revisé, te juro que buscaba el algodón.

Diego: Vos no tenías nada que hacer ahí. Habíamos quedado que no ibas.

Mamá: Pero no fue a propósito, el Alplax es peligroso.

Diego: Mamá, yo sé lo qué es el Alplax. Y te aclaro dos cosas. Primero que me lo recomendó un médico porque estaba teniendo problemas para dormir. Segundo que por si no te diste cuenta había un recorte de solo dos pastillas y encima solo faltaba un cuarto.

Mamá: ¿Estás seguro que no estás tomando Alplax?

Diego: Si, estoy seguro.

Mamá: Mirá que hace mal, eh.

Diego: Mamá…


1 comentario:

Anónimo dijo...

La lectura de este diálogo me lleno de inquietudes,o las madres son madres mas allá de sus creencias religiosas?, o la mía me engaño todo este tiempo... y tanta misa diaria, todas esas noches rezando al angel de la guarda, tantas Vísperas, tantos Laudes, fueron solo para negar una realidad. Debo aceptar y entender que mi madre también es Judía??? o todo se deberá a que Jesús era judío y por ende su Madre, María, también lo era, y por esa razón los cristianos no solo nos quedamos con el antiguo testamento, sino que tambien nos quedamos con la genetica maternal, con algo de la culpa (por suerte inventamos la confesión) y sobre todo con la capacidad de meterse donde nadie las llamó, y algo que aún es peor, la capacidad de hacernos dudar si no se las llamó.