miércoles, 7 de enero de 2009

La excusa imperfecta


Era bastante jóven, pero aún así había elegido tener una pareja estable durante algunos años. Aunque bastante más rápido que mi hermana mayor, tuve que esperar un tiempo considerable para que mis padres nos dejaran dormir juntos en casa.
De todas formas, habíamos conseguido hacer entender a mamá, que teníamos relaciones sexuales aunque no lo hiciéramos en casa, o mejor dicho, en su presencia.
Finalmente llegamos a convenir en reglas básicas de convivencia que tenían que ver con conservar las cuestiones higiénicas lejos de los ojos de la familia. De alguna manera, la traducción era “No cojan. Y si lo hacen, que no sea en mi casa. Y si lo hacen en mi casa, que no me entere”.
Funcionó al principio, hasta que se hizo cotidiano. Con el tiempo se pierden las formalidades y cada vez era más frecuente “olvidar” algunas leyes.

Mamá: Diego, estoy cansada de ver tu pieza hecha un quilombo.

Diego: Bueno, no entres. Es mi pieza.

Mamá: Yo tengo que pasar al balcón para colgar la ropa.

Diego: Pasá, no hay historia.

Mamá: Si, pero cuando paso, tengo que ver el desorden. Y ya que estamos, te lo digo. Tu novia, cuando se levanta tarde, está ahí y a mí me da no se qué pasar.

Diego: ¿Y entonces qué hacemos? ¿No se puede colgar más tarde la ropa?

Mamá: ¿Cómo le voy a pedir a la chica que haga el lavado después?

Diego: ¿Por? ¿Es tan difícil?

Mamá: No, Diego; pero es un despelote. Se desorganiza todo.

Diego: Y si la ropa la cuelga la chica, entonces ¿por qué te molesta que esté mi cuarto desordenado? ¿O es a ella a la que le molesta?

Mamá: Mirá, me estás cambiando de tema.

Diego: Bueno, hagamos algo. Que la chica pase, pero que trate de no hacer mucho ruido.

Mamá: Pero Diego, queda feo. Que la chica pase y esté esta chica con el camisón, que se le puede ver algo.

Diego: Bueh… no va a ver nada que no haya visto antes.

Mamá: De ese tema tenemos que hablar. No estás cumpliendo con lo que quedaba. El otro día encontró en tu tacho de basura, algo que no tiene por qué ver.

Diego: Si estaba en la basura, era porque no quería que lo viera.

Mamá: Pero el hecho es que lo vio. Y eso no tiene que pasar más.

Diego: ¿Pero qué puedo hacer? ¿Lo tiro por la ventana? ¿Lo quemo? ¿Lo vendo?

Mamá: Vos sabés lo que tenés que hacer. Ya sos grande. Ah, y otra cosa: Tenés que comprarte una cama de dos plazas. Se van a romper la espalda así como están durmiendo.

Diego: ¿Antes no nos dejabas dormir en la misma cama y ahora querés que lo oficialice con una cama grande?

Mamá: Creo que todos evolucionamos…

Diego: mmm… si… creo.

Mamá: Bueno, eso. Tenés que comprarte una cama más grande.

Diego: No, mamá. La que tengo está bien.

Mamá: Mirá, si no te comprás una cama más grande, voy a tener que hablar con papá sobre si van a poder seguir durmiendo juntos.

Diego: Pero no me estás dando opción. ¿De dónde querés que saque la plata?

Mamá: Vos tenés plata, Diego, para eso trabajás.

Diego: Pero no alcanza.

Mamá: Si que alcanza.

Diego: ¿Y cómo sabés que alcanza? Si no sabés cuánto tengo.

Mamá: Sí que sé.

Diego ¡Me revisaste el cajón!

Mamá: ¡No! no te lo revisé. Abrí y lo ví sin querer.

Diego: ¡Para saber cuánto hay, hay que contarlo!

Mamá: No, no… fue sin querer.

Diego: ¡Aparte el cajón tiene llave!

Mamá: Pero yo la tengo.

Diego: ¡Por si yo pierdo la mía, mamá. No para que lo abras!

Mamá: Si, bueno. Pero yo te quería devolver diez pesos que te pedí prestado.

Diego: ¡Dámelos a mí!

Mamá: Ya te los dejé con una nota en el cajón, fijate.

Diego: No lo puedo creer. Te voy a sacar la llave y se la voy a dar a Lorena. Y ahora me voy, antes de que me siga calentando.


Me acerco a la puerta y escucho la voz de mamá otra vez.

Mamá: ¿Diego?

Diego: ¿Que?

Mamá: Pensá lo de la cama, te vas a romper la espalda.


En algún lugar de nuestra vergüenza, ambos sabíamos que la discusión sobre el cajón era la excusa perfecta para no hablar del tema que habíamos empezado.
De una u otra forma, sirvió para que ella preguntara lo que quería y yo omitiera lo que se me antojara.

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