jueves, 28 de agosto de 2008

El bando más fuerte.


Lo malo de ser hijo menor, es que la madre lleva más años de experiencia en su rol que nosotros en el de hijos. Por lo tanto sabe cómo manipularnos. Nos ha medido durante años, nos ha estudiado con meticulosidad, hemos sido conejillos de indias para sus propósitos más maternales. Por eso es que no hay lucha justa posible entre las partes.
Sábado a la mañana (de hace algún tiempo) y suena el teléfono.

Diego: ¿Hola?

Mamá: Hola, Diego.


Cuando una madre te llama por tu nombre, definitivamente está enojada. Y, por supuesto, no es de verdadera madre judía, dar a conocer las razones en una primera instancia. El hijo TIENE QUE DARSE CUENTA de que está enojada. Hay que hacérselo notar, tiene que saber que está sufriendo... y por su culpa.

Diego: Epa, ¿Qué pasó?

Mamá: ¿Qué pasó? ¿Por qué?

Diego: ¿Por qué estás enojada?

Mamá: ¿Quién te dijo que estoy enojada?


A pesar de que ya cumplió con su cometido, la clave es disimular. Es fundamental no ofrecer el más mínimo indicio de debilidad.

Diego: Cuando me decis Diego es porque estás enojada.

Mamá: Si, por supuesto que estoy enojada.

Diego: Contame por qué, por lo menos. Así hablamos el mismo idioma.

Mamá: Tu padre estuvo enfermo toda la semana y no fuiste capaz de llamarlo.

Diego: Tenía gripe, mamá... no exageres.

Mamá: Ok... yo exagero. Era gripe, pero podría haber sido algo peor.

Diego: Pero no fue.

Mamá: ¿Y cómo sabés? Si ni llamaste para averiguarlo...

Diego: No sé... tuve un presentimiento.

Mamá: Podrías ocuparte un poco de tu familia.

Diego: Ok, estuve a full, perdoname.

Mamá: Bueno, oime. Necesito que me hagas un favor.

Diego: ¿Qué necesitás?

Mamá: Papá no quiere quedarse en cama. Hoy se levantó y vino a trabajar. Aparte no quiere ir al médico. Llamé a la guardia y me dijeron que tienen como cinco horas de demora.

Diego: ¿Y yo qué querés que haga?

Mamá: Quiero que vengas a buscarlo y lo lleves al médico.

Diego: ¿Que yo lo lleve al médico? Dejate de joder, ma...

Mamá: No, dejate de joder no. Yo tengo mucho trabajo, no puedo estar ocupándome de papá.

Yo tampoco. Por eso tengo que buscar una excusa, y rápido. Es sábado a la mañana, me quedan un par de horas para dormir antes de irme a mi clase de yoga. Ella es inteligente, me genera la culpa antes de pedirme el favor. Tengo que ser igual de astuto, concientemente sagaz a la hora de la respuesta, frío y tajante, como una ráfaga de viento en un crudo invierno.

Diego: Es que tengo mi clase de yoga... pero no te preocupes... veo si la suspendo.

Culpa, culpa, culpa. Estrategia pura, una dosis de su propia droga. En ese momento me siento gigante, creo que puedo sostener el peso del mundo sobre mis espaldas. Reconozco inmediatamente mi trayectoria en el campo de batalla. Soy un coronel Kurtz curtido en la guerra, que ha aprendido más de esta que de sí mismo. Que sabe como desplazarse en la profundidad del contexto salvaje y hostil que lo amenaza, sin resultar vulnerado.

Mamá: ¿A qué hora tenés yoga?

Es astuta, no esperaba su reacción. Ella también ha tragado libros de tácticas de combate, es un rival digno. Por eso, le adelanto el horario, tengo clase a las trece horas.

Diego: Once y media.

Mamá: Perfecto. Son las diez. Te venís en subte que son veinte minutos, lo llevas a la clínica que está acá a la vuelta. Te sobra tiempo, y encima te volvés en subte. Yo te lo pago.

"Yo te lo pago". Un detalle de clase. Una manera de sobrarme sin decirme "Te cagué, pelotudo". Alcanzaba con el cálculo de los tiempos para que yo retirara a mis tropas. Pero ella quiso hacerme saber que había ganado la batalla con categoría, que era un rival de temer. "Yo te lo pago". Nada más humillante para alguien que ya no tiene escapatoria. Una manera elegante de decir "Y hasta si querés, te pago el servicio con los noventa centavos del transporte". Se lo había ganado, tenía que rendirme.

Diego: Ok, aguantá que salgo para allá.

Mamá: Por favor, Diegui.


Salí a buscar al viejo. Cuando llego al local, mamá está ocupada y papá supervisando la atención a los clientes. Se lo ve radiante, perfecto, ininmutable, con la salud de hierro. Yo estoy listo para soportar una artillería de berrinches para que no lo llevara hasta la clínica.

Diego: Hola, pa.

Papá: Hola, Die.

Diego: ¿Qué hacés acá? Vamos a la clínica.

Papá: ¿Para qué? Ya vino el médico.

Diego: ¿Cómo que ya vino el médico?

Papá: Si, recién se fue.

Diego: Vine para acompañarte.

Papá: Al pedo ¿No te avisó mamá que había llamado a la guardia?

Diego: Si, pero me dijo que iban a tardar como cinco horas.

Papá: Si, pero se adelantaron.

Voy hasta el mostrador. Mamá pone cara de sorprendida como si no esperara la visita.

Mamá: ¡Hola Die! ¿Cómo andás, mi amor?

Diego: Y... acá... ¿Por qué no me avisaste que ya había llegado el médico? Me ahorrabas la venida hasta acá.

Mamá: ¿La verdad? Se me pasó, estaba "a full".


Final del juego. Se lleva cartas, oros, la setenta, el siete de velos, diez escobas y se queda con mis territorios.
Una vez más, me voy derrotado. Pero no te preocupes, ma. Desde el corazón de mi laboratorio psicológico estoy absorbiendo experiencia, para que la próxima vez que me pidas otra huevada, yo esté listo para arrojar sobre tu cabeza, una bomba atómica de excusas inobjetables.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola !!! Espero que sigas escribiendo !!!! por favor leer tu blog es como leer la fotocopia del libreto de mi suegra !!! es tal cual. Blog como estos van a ser en un futuro estudiado por los estudiantes de psicologia. Tu trabajo vale mucho

Mariana, abogada, estudiante de psicologia.