miércoles, 20 de agosto de 2008

El gallito telefónico.


Paso mucho tiempo en mi trabajo, de todas formas no me quejo. Al contrario, disfruto de lo que hago.
Sin embargo, no puedo evitar sentir que necesito los fines de semana para encontrarme con mi trasero a solas, para vivir un día como un animal salvaje en un contexto doméstico. Me gusta caminar por mi casa sin necesidad de llevar ropa interior, de ver películas y no sentir remordimiento por quedarme dormido en la mitad, de comer basura, de dormir en cualquier momento la cantidad de horas que tenga ganas. Porque me precio de ser un hombre soltero y lo llevo con orgullo.
De modo que las noches del viernes y del sábado cobran un significado fundamental en mi proyecto de fin de semana, y por transitividad, también lo hacen las mañanas siguientes.
Sistemáticamente el teléfono suena en casa entre las diez y las doce del día, tanto el sábado como el domingo.
No soy de la gente que vuelve a dormirse ligeramente después de una interrupción y por esa razón he tenido que aclararle a mis padres, más de una vez, que mis horarios son distintos a los de ellos; y pedirles encarecidamente que no me llamen en las mañanas de fin de semana.
La mañana del sábado pasado, tengo la lucidez de desconectar el teléfono y al ponerlo nuevamente en funcionamiento, encuentro tres mensajes.

Mensaje 1:

Mamá: Hola Die... Bueno... nada... llamaba para comentarte una pavada, pero se ve que estás durmiendo. No importa, te llamo más tarde.

Mensaje 2:

Mamá: Diegui, mamá de vuelta. Se ve que seguís durmiendo... que raro que no escuches el teléfono. Bueno, si podés llamame.

Mensaje 3:

Papá: Hola, Die. Tu mamá me pidió que te llame porque está preocupada. No sabe dónde estás. Fijate si nos pegás un llamado cuando vuelvas.


Comentarios aparte, decido dejar el llamado para después. No quiero sentir la obligación de hacer nada, dado que podría alterar mi conducta animal. De todas formas entiendo que el teléfono volverá a sonar antes de que me decida a acusar recibo del recado. Finalmente suena.

Diego: ¿Hola?

Mamá: ¡Die! ¡Qué bueno que te encuentro! Te estuve buscando.

Diego: Si, ya sé.

Mamá: ¿Escuchaste mis mensajes?

Diego: Si, por eso sé que me buscabas.

Mamá: ¿Y por qué no me devolviste el llamado?

Diego: Porque lo escuché hace unos minutos, te iba a llamar en un rato.

Mamá: Bueno, me preocupé ¿Dónde estabas?

Diego: Acá en casa.

Mamá: ¿Y por qué no atendiste?

Diego: Desconecté el teléfono, estaba durmiendo.

Mamá: Dieeegui... ¿Cómo vas a desconectar el teléfono? Con papá podemos llegar a necesitar algo.

Diego: Justo por eso lo desconecto.

Mamá: No seas malo. Me hacés preocupar al fadi.

Diego: No tenés de qué preocuparte. Hace años que vivo solo y me arreglo perfecto. Además, ponele que me fui de una chica.

Mamá: ¿De quién te fuiste? ¿Estás con alguien? Cuidate...

Diego: No, mamá... es un suponer. Digo que podría pasar.

Mamá: Ah, bueno... si te vas de una chica está bien.

Diego: Si, pero si te atendiera siempre, entonces sabrías cuando estoy con alguien.

Mamá: Bueno, pero al menos no me preocuparía.

Diego: Claro, pero ya estoy grande como para que mi mamá sepa cuando estoy y cuando no. Aparte quería dormir y ya te expliqué que si me llamás los fines de semana me despertás.

Mamá: ¡Pero si te llamé a las doce del mediodía! Si no, no te ubico nunca.

Diego: ¡Pero yo duermo a esa hora! me acuesto a las siete.

Mamá: Acostate más temprano, no hace bien acostarse tan tarde.

Diego: Mamá... hagámosla corta. ¿Qué querías?

Mamá: Mañana vamos a desayunar a las violetas con la abuela, con tu hermana y tu sobrina. Quería preguntarte si querés venir.

Diego: ¿Domingo a la mañana? ¿Estás loca? Ni en pedo.

Mamá: No me vas a decir que tenés algo que hacer un domingo a la mañana.

Diego: Si, dormir.

Mamá: Bueno, que descanses. Chau.

1 comentario:

Anónimo dijo...

siempre haciéndole malasangre a tu madre. desagradecido.